Verano experiencial en familia
Ahora lo apreciamos más. Salir, conocer, cambiar de paisaje, de caras, no es sólo pasarlo bien. Es una ventana al mundo, una suma de experiencias, una oportunidad para vivir algo que dejará un pedacito dentro de nosotros. ¿Cómo planificar unas vacaciones bien aprovechadas? No tengo respuesta, pero sí algunas ideas para ayudar a la reflexión.
Tengo tantos que no sé cuál elegir. Miles de recuerdos infantiles de verano local. Los chanchos de Chiloé es un clásico: una piara que se comió todo nuestro almacén, luego un rescate en transbordador desde una playa sin nombre arrancando de la tormenta con la carpa armada sobre la cubierta. Las empanadas de manzana de la vecina de la casa que nos prestaron para capear la tormenta y el carnicero que prestaba (sí, prestaba, puaj) el sopapo para resolver las emergencias sanitarias de la casa.
Un verano así no se planea, de hecho, fueron puros chascarros los que llevaron a esas historias. Pero sí se puede diseñar un marco que invite a vivir experiencias significativas. No tiene que ver con improvisar, sino con armar escenarios donde se motive la interacción. Para nosotros volver con estas historias en la memoria es la mitad de lo que buscamos cuando salimos en familia. Un par de consejos para lograrlo:
· El lugar debe ser auténtico, rústico o rural. Un mall, un resort o una gran ciudad tiene menos probabilidades de ofrecer experiencias de interacción personal. Se puede, pero es más difícil.
· Investigar antes de ir. Lo justo y necesario. Prepararse un poco para saber por dónde buscar, las características del lugar, a qué se dedican en la zona, la historia. Chaitén, por ejemplo, es un lugar increíble para niños mayores. Cada persona que vive ahí fue evacuada por la erupción sorpresiva del volcán. Por qué volvieron, cómo fue su experiencia son las preguntas clave para hacer a cualquiera que tenga un par de minutos disponibles (y son encantadores, siempre tienen).
· Ser preguntón. Atreverse. A nadie le ofende y el silencio es una respuesta que hay que respetar. Será que soy periodista pero mi familia está acostumbrada al interrogatorio permanente de cuanto personaje se nos cruce por el camino. Todos escuchamos fascinados lo que nos quieran contar. El fin de semana pasado, por ejemplo, quedamos expertos en la pesca artesanal con espinel en Quintay. Con algo más de tiempo incluso partíamos a pescar con ellos.
· Dónde dormir y dónde comer es clave: el Hotel Hornopirén, el primero de la zona, atendido por su dueña, doña Olivia, desde 1948. Impagable escuchar sus historias sobre la construcción de la carretera austral y tomar desayuno (con cecinas y mermelada) en su comedor alemán. Y la picada para comer: otros turistas motivados hacen lo mismo y así termina uno conociendo a las personas más pintorescas. Recuerdo una tarde en Hornopirén, nuestros hijos jugando fútbol con el hijo de la dueña del restorán mientras los adultos reíamos con un viajero de Islas Mauricio y sus planes para hacer dedo y llegar hasta Alaska (en la Picá del Arrayán, pescado fresco con arroz y tomate. Lo máximo).
· Planear alguna actividad local, cultural o de turismo rural. Nos cuesta agendar experiencias formales, somos un poco mañosos con nuestros tiempos. La solución siempre ha sido seguir el olfato y tratar de unirnos a las rutinas locales: ir al mercado, a la playa donde pescan, o preguntar dónde están todos cuando el pueblo está desierto (normalmente están en la playa si hace calor o viendo fútbol y allá partimos también).
· Dejar espacios libres en la agenda: hay un equilibrio sano entre el itinerario eficiente y los tiempos de descanso que permiten estos espacios de interacción. Una tarde en blanco después de un día pesado de viaje se agradece y suele terminar en alguna actividad simpática e inesperada: visitando un taller de carpintería, probando un pan amasado, ayudando a recolectar moluscos para carnada de pesca.
· Cómo romper el hielo: las personas de campo suelen ser silenciosas y calmadas. La pregunta y el interés genuino es lo que gatilla la interacción. Yo tengo mis favoritas para abrir la conversación. Son tres, completamente infantiles, y no puedo evitar hacerlas porque me encantan las respuestas y todas las preguntas que derivan: ¿Usted es de acá?, ¿Trabaja aquí hace tiempo? ¿Qué está haciendo?
Chile está repleto de historias, de personajes únicos y auténticos. No van a estar ahí para siempre. Salir a conocer nuestro país, su geografía, su gente y su cultura puede ser la experiencia más enriquecedora que le regalemos a nuestros hijos. Y en tiempos binarios como los que se respiran hoy salir a conversar y conocernos será el puente que nos mantenga unidos en el futuro.