Aventura familiar en Caleta Inío, Tantauco
Atraídos por los bosques bañados de musgos de Caleta Inío elaboramos con paciencia la logística para llegar a esta alejada playa por agua. Regresamos con mucho más que lindas fotos…
“¿Aló? ¿Hablo con Ignacia? Creo que tengo acá una caja con pan que es suya”. Mi pan. El almuerzo y desayuno de mi familia para cinco días de vacaciones. Perdido en la lancha que nos llevó desde Quellón hasta Caleta Inío el pasado 29 de diciembre. El llamado de Javier, el capitán, lo recibo una semana después, ya casi llegando a mi casa. Preocupado, encantador, lento. Eso pensamos mi marido y yo con una sonrisa. La experiencia Caleta Inío cierra perfecto esta aventura de pasar cinco días en familia en el extremo más alejado del Parque Tantauco, en Chiloé. Porque allá, en la punta final de la Isla Grande todo es lento. Muchísimo más lento.
La lancha sale el lunes. No, ahora el martes. Embarcamos en Quellón algo tostados de tanta espera: salimos un domingo desde nuestra casa en Pirque, RM, una parada en Frutillar, otra en Dalcahue. Y luego hacer hora en Quellón un día extra... Cargamos en la lancha cajas de comida, ropa, niños (cuatro míos + marido, tres de mi primo + su señora que por alguna razón se atrevieron a acompañarnos). Hora de salida, nada. Nadie dice nada. Lancha llena de pasajeros y todo esperan en silencio. Nosotros, los turistas de la Región Metropolitana nos movemos impacientes en el Muelle de Conectividad de Quellón. Caminamos ansiosos, elucubramos teorías. ¿Por qué no sale la lancha? Google: puerto cerrado. La lancha no va a salir. Llamo por centésima vez en este viaje al pobre Javier, capitán de la lancha, que siempre contesta: “¿Salimos o no?” “Ahora abren. Salimos”.
Mareamín para mí y todos los que quieran, salvavidas obligatorio de acuerdo a las indicaciones del capitán y buscarse un rincón en cubierta para soportar las 5,5 horas de viaje hasta la caleta pasando por el Golfo de Corcovado (= mar abierto, = muchas olas).
Tres horas después, con los dedos morados de tanto aferrarme a algo para no caer, congelada, olas salpicando mis pantalones empapados, miro a los demás pasajeros aliviar sus nauseas por la borda y me pregunto por qué nos metimos en esto: ¿merece Caleta Inío tanto esfuerzo?
El último punto de la isla
La manera más común de llegar a Caleta Inío es por tierra. Común pero no fácil: cinco días de caminata por la selva, en terrenos irregulares, con barro, cruces de ríos y lluvia, mucha lluvia (porque sino cómo sería tan verde esto, ¿verdad?). Es el trekking principal del Parque Tantauco, propiedad de la Fundación Futuro, que compró estos terrenos por el año 2005. Dicen que al centro del parque se conservan ejemplares de Ciprés de las Guaitecas, una especie escasa, en estado vulnerable de conservación (creo haberlos visto por aire al volver. Ups, spoiler: ¡volvimos por aire!).
Además de ser el final del sendero transversal que cruza el parque Tantauco, Caleta Inío es un poblado de oficialmente 137 personas que habitan la desembocadura del río del mismo nombre, en el extremo sur de la Isla Grande de Chiloé. Pero más allá de su valor cultural lo que nos atrajo fue el verde. Hacemos buen equipo con mi marido: yo soy logística y él es el que elige el spot. Y siempre se supera. Buscábamos bosques verdes y vida silvestre pero encontramos tanto más que eso.
El Caribe en versión frozen
Playas de arena blanca, humedales, pasarelas eternas que invitan a caminar sin parar hacia cualquier punto cardinal: en cada esquina espera una sorpresa. La combinación de lluvia, dificultad de acceso, baja población y protección legal convierte este rincón en una explosión de vida natural.
Pero el lugar exige lo suyo: el clima es inclemente. Sólo para valientes alojar en carpas. Nuestra solución para ir con niños a este paraíso fue burgués: la casa de huéspedes del parque. Varias piezas con baño privado o compartido, cocina común y una estufa a leña del tamaño de una mesa para 6 personas. Las tarifas diferenciadas en temporada alta, media y baja hacen algo más amigable el lujo (diciembre es media, ojo con ese dato). El presupuesto final, incluidos traslados, alojamientos en el trayecto y la estadía acá, imagino que equivale a una semana en un all inclusive caribeño pero para nosotros lo vale. Y lo reemplaza con creces.
La rutina es simple y bastante obvia: caminatas todos los días en todas las direcciones posibles, asomarse a cada rincón que estuviera a nuestro alcance, exploraciones playeras, intentos de pesca de los adolescentes, picnic en todos lados, visita al almacén local, al museo en la administración, al vivero del parque, al faro, a la caverna donde habitaron los últimos chonos de este lugar, parrilla en el fogón del camping (con los valientes que dormían en carpa). Regresar a la cabaña, secar algo la ropa, juegos de mesa en calcetines, cocinar, comer, comer otro poco, dormir y repetir. Los cinco días volaron (casi literal, el viento es fuerte allá).
Como caracoles
Los avances por el bosque acá son lentos. Lentísimos. Por las raíces, el barro pero sobre todo por lo lindo. “caminar como caracoles para ver caracoles” se lamenta uno de los apurados del grupo y terminó convirtiéndose en nuestro mantra. Además no es cualquier caracol el que se ve por estos lados: el caracol negro, el más grande de Chile, es un ejemplar que impresiona.
Y las personas lo mismo. Todo tan lento. T a n l e n t o. Por cada veinte palabras mías, una de ellos. Siempre interrumpiéndolos al hablar, nunca calzando con sus tiempos. “¿Dónde hay más leña? ¿Dónde dejo el reciclaje? ¡Yo voy! ¡Yo lo hago! ¡Te ayudo! ¡Vamos altiro!” Unos segundos de silencio, una sonrisa. En la tarde, o al día siguiente, el problema estaba resuelto. Con la calma de la lluvia de verano.
El ritmo, la tranquilidad, la disposición al cambio de planes, a depender del clima, a esperar.
Con turbo
Por un segundo pensamos que la lección la habíamos perdido en la pista del aeródromo de Inío. En una escena algo ecléctica caminamos el último día un par de kilómetros por las pasarelas con nuestras mochilas hasta el punto indicado donde esperamos nuestro transporte mirando al cielo. Mis hijas menores como si nada, con sus peluches en brazos preguntando a qué hora pasa el avión. El sonido de una pequeña avioneta rompe la calma de nuestra vida transportada en el tiempo.
Cargar, cinturones, despegue. Un pestañeo y ya vemos la playa fabulosa de Quilanlar, esa que no alcanzamos a conocer por tierra, luego los bosques de cipreses de las Guaitecas, y un río casi amazónico que surca la selva. 12 minutos después el piloto anuncia nuestro aterrizaje en el aeródromo de Quellón. Veloz.
¿Cómo fue que terminamos así? Por esas casualidades de la vida y mucha suerte. El tío amoroso del primo, enternecido por nuestra aventura familiar (e imaginando las 5 horas de nauseas marítimas), ofrece gentilmente su avioneta para facilitar el regreso a la civilización justo unos minutos antes de partir. Una improvisación maravillosa.
12 minutos de vuelo. El caracol ahora es turbo (¿Esa película del caracol rápido? ¿Nadie se acuerda?). Se agradece el gesto, a algunos no nos alcanza la fuerza interior para soportar otra vez ese mareo de 5 horas.
Recolectar el auto en el muelle de Quellón, reagruparnos en el aeródromo de la ciudad, porque viajábamos de cuatro en cuatro en la pequeña avioneta, y volver a la Ruta 5 en dirección Norte. Fin de la aventura, vamos de regreso.
Al día siguiente, aún en viaje hacia nuestra casa en la Región Metropolitana, el llamado de Javier, el capitán de la lancha nos transporta otra vez al ritmo de los caracoles: mi pan, guardado una semana, olvidado para nosotros, un tema pendiente para él hasta que lo pudo trae nuevamente a la caleta, cinco días después. Los tiempos de Inío. Una cosa a la vez.
Datos para llegar
· El número de teléfono actualizado del capitán de la lancha es la única manera de llegar por agua. Llamarlo con anticipación y confirmar insistentemente día y hora de zarpe es clave. El servicio es subvencionado, cuesta $1030, solo adultos pagan. Tiene muchos cupos pero pocos asientos con ventanas en la superficie (es un lindo gesto darle preferencia a los locales y sus familiares). Los de administración del parque comparten y actualizan el contacto.
· www.parquetantauco.cl es la vía oficial de información del Parque Tantauco, tienen paciencia infinita.
· No hay señal de teléfono en Caleta Inío. A ratos entran mensajes de texto y llamados pero whatsapp nada. Wifi gratis pero intermitente en la administración.
· La casa de huéspedes funciona como hotel (en el sitio del camping publican las tarifas e indicaciones). Tienen baño privado y compartido, la cocina es común. La alternativa es el camping, con sitios que no están protegidos de la lluvia pero con una zona de estar común techada, con mesas de picnic y un quincho con fogón.
Recomendaciones
· Forro de pantalón: es un accesorio que se agradece en esta zona. No sólo es rico andar secos, el forro permite sentarse en cualquier lugar con gusto y sin mojarse. Protege además del viento.
· Hay dos almacenes bastante surtidos pero la recomendación es llevar una base de comida. Un menú sencillo facilita las compras en cualquier pueblo cercano. Y todo lo que se lleve debe ir en cajas o embalaje transportable, bien marcado (si no quieren vivir la experiencia nuestra del pan perdido).
· La app Suda (gratis) es súper práctica para este lugar. Se debe descargar con anticipación. Tiene los senderos y la función para seguir la ruta, lo que facilita muchísimo la toma de decisiones (¿Seguimos un poco más? ¿Cuánto llevamos?).